Fundacion e Imperio by Isaac Asimov

Fundacion e Imperio by Isaac Asimov

autor:Isaac Asimov [Asimov, Isaac]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción
ISBN: 9788498003239
publicado: 2009-12-11T23:00:00+00:00


15. EL PSICÓLOGO

Era un axioma el hecho de que el elemento conocido como «ciencia pura» fuese la más libre forma de vida de la Fundación. En una Galaxia donde el predominio -e incluso la supervivencia- de la Fundación continuaba basándose en la superioridad de su tecnología, aun después de su acceso al poder físico un siglo y medio atrás, cierta inmunidad rodeaba al científico. Se le necesitaba, y él lo sabía.

También era natural que Ebling Mis -sólo aquellos que no le conocían agregaban sus títulos a su nombre- representara la más libre forma de vida de la «ciencia pura» de la Fundación. En un mundo donde la ciencia era respetada, él era El Científico, con mayúsculas. Se le necesitaba, y él lo sabía.

Y por eso ocurrió que cuando otros doblaron la rodilla, él se negó a hacerlo, añadiendo en voz alta que sus antepasados no habían doblado la rodilla ante ningún asqueroso alcalde. Además, en tiempos de sus antepasados, los alcaldes eran elegidos y destituidos a voluntad, y las únicas personas que heredaban algo por derecho de nacimiento eran los idiotas congénitos.

Y así ocurrió que cuando Ebling Mis decidió permitir a Indbur III que le honrase con una audiencia, no esperó a que la rígida serie de autoridades presentase su solicitud y le transmitiese la respuesta favorable, sino que, después de echarse sobre los hombros la menos ajada de sus dos chaquetas de gala y calarse de lado sobre la cabeza un estrambótico sombrero de peculiar diseño, encendió un cigarro, lo cual estaba prohibido, e irrumpió, pese a las airadas protestas de dos guardas vociferantes, en el palacio del alcalde.

La primera noticia que este último tuvo de la intrusión fue una creciente algarabía de insultos y la estrepitosa respuesta en forma de maldiciones inarticuladas.

Indbur, que se hallaba en el jardín, abandonó su pala, se enderezó y frunció el ceño, todo ello con idéntica lentitud. Porque Indbur III se permitía una pausa diaria en su trabajo, y durante dos horas, después del mediodía, si el tiempo era benigno, permanecía en el jardín. En él crecían las flores en parterres cuadrados y triangulares, dispuestas en rígidas hileras de rojo y amarillo, con pequeñas manchas de violeta en los extremos y verde follaje en los bordes. Cuando se hallaba en su jardín nadie osaba molestarle… ¡nadie!

Indbur se quitó los guantes manchados de barro y avanzó hacia la pequeña puerta del jardín. Inevitablemente, preguntó:

–¿Qué significa todo esto?

Es la pregunta exacta, con las palabras exactas, que han sido proferidas en ocasiones similares por una increíble variedad de hombres desde que la humanidad fue creada. No se sabe que se hayan proferido jamás con otra intención que la de causar un efecto digno.

Pero la respuesta fue contundente esta vez, pues el cuerpo de Mis cruzó violentamente el umbral con un rugido, al tiempo que se desasía de las manos, que aún sujetaban los restos de su capa.

Indbur, con expresión severa y disgustada, ordenó a los guardas que se fueran, y Mis se agachó para recoger su



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